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Ediciones Cueto

La historia menos leída en Maus

Por Andrés Cueto

 

Al terminar la novela gráfica Maus del historietista estadounidense Art Spiegelman, es difícil que las imágenes más claras en la mente del lector no sean las de las atrocidades sufridas y presenciadas por los padres del autor durante el holocausto. El vívido relato que el autor recogió de su padre sobre los asesinatos, abusos y condiciones infrahumanas sufridas por los judíos a manos del régimen Nazi se siente como una herida que se queda con el lector mucho después de haber cerrado la última página, como si Spiegelman nos hiciera partícipes del dolor de su familia.

A pesar de representar a los personajes como animales (los judíos son ratones, los alemanes gatos, los estadounidenses perros, etc.), el realismo doloroso de las viñetas, especialmente de las más violentas, fuerzan al lector a cerrar el libro y tomarse un descanso constantemente. Maus es, después de todo, un libro que narra la historia real de Vladek y Anja Spiegelman, dos judíos polacos, durante el holocausto. Es este realismo el que le permite al autor moverse en la frontera entre la novela gráfica y el reportaje periodístico, valiéndole por ello el único premio Pulitzer en haber sido dado a una novela gráfica.

Sin embargo, en paralelo a la cruenta historia de supervivencia de Vladek y Anja, se narra otra historia más sutil sobre la relación entre Vladek y Art (padre e hijo), separados por abismos que no les permiten entenderse o empatizar el uno con el otro: hijo vs padre, americano vs polaco, “sano” vs traumatizado y, sobre todo, “niño” vs. superviviente del holocausto.

A pesar de su intención de recoger la historia de su padre, Art no parece lograr ver a su padre más que como un superviviente destruido emocionalmente, lleno de angustias y arranques de cólera que hacen insufrible estar con él. Por su lado, Vladek parece haberse pasado la niñez de Art llenándolo de culpas por no haber sufrido como él sufrió.

De hecho, la novela inicia con una pequeña anécdota de la niñez de Art, en la que va llorando a su padre porque sus amigos se habían burlado de él. Vladek utiliza la situación para decirle que “si los encerraran en una sala sin comida… entonces sabrías lo que son los amigos”. Este inicio captura la brecha entre ambos. Cada uno entiende la realidad a su alrededor en un registro totalmente diferente. Vladek no sabe comunicarse con Art de pequeño más que desde su posición como superviviente. Art no sabe qué hacer de la ira, angustia y pena de su padre.

Más adelante, vemos este quiebre llegar a puntos extremos cuando el suicidio de Anja, madre de Art y esposa de Vladek, no hace sino alejarlos más. El sufrimiento de Vladek resulta extraño, incómodo, casi caricaturesco para Art…

 

 

… mientras que el sufrimiento de Art es absolutamente ignorando tanto por Vladek como por el resto de su familia.

 

 

Sin embargo, en paralelo a ello la historia de Vladek durante el holocausto es narrada con compasión y empatía. Vemos no solo la historia de supervivencia tal cual pasó, sino tal cual la va descubriendo y procesando Art, como si en la narración de todo ese sufrimiento él también estuviese descubriendo por primera vez a su padre más allá de la versión confusa y colérica que conoce mejor.

Podemos asistir así no solo a una historia de sufrimiento y pérdida en el holocausto, sino también a la historia de un padre e hijo conociéndose y aprendiendo a compartir el dolor que llevan dentro. Así, sutílmente va generándose el vínculo que parecía costarles tanto entablar

Sin embargo, esto no desemboca en un momento apoteósico de abrazos y expresiones mutuas de cariño sino más bien en pequeños momentos de reconocimiento mutuo y empatía. Vemos como gradualmente Art va viendo a su padre más allá de la mezcla de cólera y culpa que siente con respecto a él, sino como a un hombre que carga demasiado y al que ama, a su manera distante.

En las últimas páginas de la novela, Vladek sufre dolores en el pecho después de pasar demasiado tiempo hablando de su experiencia en el holocausto.

 

 

En este pequeño momento hacia el final de la novela, es como si se diera algún tipo de culminación, de momento Eureka, entre padre e hijo. Vemos, por el lado de Art, la primera vez en que puede poner en palabras algo parecido a la empatía hacia Vladek, mientras que Vladek revela, casi por accidente, el enorme costo físico y emocional que le supone revivir y compartir su historia. Más aún, nos deja claro que no se trata de un deseo de Vladek de transmitir su experiencia, sino tan solo de hacer lo que sea necesario para tener a Art cerca.

Estas útlimas páginas nos dan un respiro, casi tan aliviador como la supervivencia de Vladek y Anja al holocausto, al mostrarnos algún tipo de reconexión, de cercanía momentánea entre padre e hijo. Todo el dolor, la ira, el resentimiento y la culpa entre ambos parecen haber cedido, al menos brevemente, como resultado de haber compartido la historia que no le pertenece solo a Vladek sino a ambos.

Ese parece ser precisamente el meollo del asunto. La distancia irreconciliable entre Art y Vladek era en buena medida la idea de Vladek de que su dolor era solamente suyo, una historia terrible pero privada de la cual ni siquiera su hijo adulto tenía los detalles. Art parecía coincidir: el dolor era fundamentalmente de Vladek y cualquier atisbo que él mismo sintiese de ese sufrimiento era motivo de ira, era culpa que no le pertenecía a él.

Sin embargo, en Maus podemos asistir a un ejercicio de reconstrucción de la historia familiar, del dolor familiar, entre ambos. Podemos ver como estos dos personajes, totalmente ajenos el uno al otro inicialmente, pueden redescubrir algo parecido al cariño a través de revivir juntos la historia de pérdida, muerte y sufrimiento que resulta no ser solo una colección de imágenes borrosas de una vida pasada, sino un monstruo que siempre había vivido con ellos.

Tal vez como testimonio de este redescubrimiento de su padre es que en una de las últimas páginas, Spiegelman decide incluir una foto real de Vladek cuando era joven, en uniforme de prisionero. En cierta forma, nos transmite la nueva versión de su padre que él mismo ha descubierto.

 

 

Se ha escrito mucho sobre los temas más salientes y dolorosos en Maus. Sin embargo, la historia de reconciliación que se desarrolla por debajo de lo evidente en la novela es un ejemplo memorable del poder de la literatura como ejercicio de auto-exploración y, en este caso, de reconciliación.

 

 

 

 

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